Abogados de Familia / Editorial
Ciegos ante la ruptura. Nuestra guía: La improvisación
Editorial extraído de la revista Abogados de Familia, número 90. Resto de contenidos, sólo para socios.
Por Kepa Ayerra Michelena. Abogado de Familia. Vocal de la AEAFA.
(Si eres socio, puedes acceder al contenido completo de la revista)
La ruptura matrimonial o de pareja, si ha habido implicación emocional profunda, es una de las situaciones más duras de la vida. La complejidad de sentimientos que se ensartan y confluyen tienen un tránsito de difícil digestión.
En este sentido, el divorcio es como una “madeja de hilo”; es sencillo seguir un hilo desenredado, se observa su origen y trayectoria, se detectan sus nudos, sus desgarros. Sin embargo, cuando está enmadejado no es posible ver su “historia”. En una ruptura, inicialmente, en ocasiones, es posible para la pareja ver el hilo desenredado, pueden interpretar subjetivamente los motivos de la ruptura, concretar porque están enfadados, diferenciar la tristeza… Sin embargo, poco a poco, si no se hace un buen proceso de despedida y duelo, por uno o por otro, o por los dos, la madeja empieza a trazarse.
La metafórica “madeja”, no es más que esa sensación de injusticia que no todos, pero si una mayoría amplia, en mi experiencia, de las personas que rompen su relación, sienten. Y esta sensación de injusticia, es un sentimiento que confunde de tal modo, que nubla nuestra vista tanto, que ya no atendemos a las razones o motivos por los que haya devenido la ruptura, ya no somos capaces de ser empáticos con el otro, no podemos hacer autocrítica… Se convierte en un sentimiento que quema dentro, y que no se calma fácilmente, porque al estar tan intrincada la madeja, ya no podemos ver donde empieza y donde acaba, ni tampoco porque se ha ido tejiendo.
El riesgo de la rabia
Esta sensación de injusticia conlleva incontables consecuencias. Consecuencias para el que lo siente, porque genera insatisfacción, rabia, frustración, y es un gran antídoto para poder elaborar el duelo. Y también consecuencias para los demás implicados en el proceso, dado que aturde nuestra capacidad de actuar con nuestra mejor versión emocional, y por tanto, suele empujar a tomar decisiones que, quizá sin ese sentimiento nutriendo nuestro pensar, no tomaríamos o suavizaríamos.
Pues bien, ¿cómo afrontamos este momento de dolor ofuscante que es la ruptura, para evitar que se trame la madeja? ¿con qué recursos nos armamos? ¿a quién pedimos ayuda, consejo, consuelo? Lo cierto es que no existe protocolo, no existe guía de actuación, cada uno actuamos como podemos en dicho momento, nos asimos de la improvisación como refugio, y esto muchas veces no es suficiente. Cada vez más, pero todavía muy poco, pedimos ayuda psicológica y médica para lidiar con semejante trance vital; vamos a la ruptura huérfanos de referencias. Es curioso que una gripe, un esguince de tobillo, un mero callo en el pie, merezcan de tratamiento, de diagnóstico/vigilancia médica, incluso de educación a la ciudadanía con campañas de vacunación contra la gripe o campañas de buena práctica en limpieza etc… En definitiva, de claros protocolos de actuación, y sin embargo, a una de las rupturas con mayor potencial catastrófico para nosotros y para nuestros hijos, la afrontemos “a pecho descubierto”.
Esta circunstancia es sumamente preocupante, dado que afecta a un número de familias, a un porcentaje de la sociedad, muy considerable, y depende directamente de como gestionen la ruptura los progenitores, que el problema para los hijos pueda ser una situación vital muy dura pero que puedan superar, o una situación vital que pueda determinar en parte su futura felicidad.
Las rupturas mal elaboradas constituyen un problema que perjudica a los propios progenitores y a los hijos de forma relevante, y deberíamos prestarle la atención que se merece, para así ir procurándonos los recursos, medidas educativas, protocolos que sean necesarios.
La educación, para mi desde el colegio, debería ser un objetivo. Sólo con que nos enseñaran a darnos cuenta de que los niños no deben ser involucrados en nuestra ruptura, el beneficio que obtendríamos sería inmenso.
Y la investigación; no es posible que legislemos sobre cuestiones de familia sin investigación, que legislemos al albur de la lectura social del momento. Debería no ya investigarse más, sino por lo menos investigarse algo, sobre la ruptura de pareja, y que dichas investigaciones tuvieran eco directo en los Juzgados que enjuician materia de familia.
Investigamos y legislamos para romper jurídicamente, pero también, habría que investigar para poder romper emocionalmente sin rompernos