[EDITORIAL Nº110] Nada es igual salvo lo que nunca cambia
"Y es que no podemos ocultar que estamos recibiendo quejas de clientes que preguntan por qué ellos tienen que acudir presencialmente y otros no o viceversa"
Imaculada Marín Carmona | Secretaria de Organización de la AEAFA
Número completo Revista nº110 para asociados
Ninguno de los que acudimos a nuestras Jornadas Centrales en marzo de 2020 creímos que ese virus, cuya importancia aun se negaba oficialmente, cambiaría nuestras vidas y hasta el ejercicio de nuestra profesión con consecuencias insospechadas.
Algunos quisimos agotar, y lo hicimos, la estancia en Madrid para compartir más tiempo con los amigos a los que sólo vemos de año en año. Otros, quizá más prudentes e informados, se abstuvieron de socializar. Pero creo no equivocarme si afirmo que ni unos ni otros contemplábamos la posibilidad de que en pocos días, exactamente tres, se declararía el estado de alarma y la población quedaría confinada.
Y fue esa falta de previsión la que forzó, a partir del día 14 de marzo de 2020 a cada cual a seguir una andadura personal y profesional de supervivencia. Las personas con patologías previas, las miedosas o las que tomaron cumplida conciencia de pandemia, evitaron los riesgos y trabajaron desde casa por medios telemáticos, en no pocas ocasiones aprendiendo a manejarlos sobre la marcha. Los de salud de hierro, los más generosos o los que no tuvieron otra opción, suplieron las necesidades de los primeros y acudiendo a sus despachos.
Todos con la vana esperanza de lograr poner al día todo el atraso que, no podemos negar, vamos acumulando sobre mesas y en archivos… Y, sólo los más optimistas, se imaginaron retomando esa afición olvidada por requerir de un tiempo en soledad, que nunca encontramos.
Pedir perdón por sentirme sin estrés
En mi caso, con patologías previas, admito que me confiné. Y, sí, también he de reconocer que fui de aquellos que durante las dos primeras semanas pedí perdón a Dios (a diario) por sentirme contenta, sin estrés, sin ansiedad por los plazos, juicios y retrasos. Confieso el peso de la culpa que me provocaba tener tiempo para todo o para nada, las ganas de llamar a familiares y conocidos para interesarme por ellos, la ilusión por probar las copas virtuales con amigos, por hablar desde las ventanas y por el patio; por dormir a pierna suelta, sin horarios y sin tener que aportar un certificado médico, como documento nº1.
Y hasta por sentirme feliz al atender telefónica y personalmente a mis clientes, todos encantados de no encontrar los engorrosos filtros, horarios y festivos. Perdón que hoy os pido también a vosotros, porque si entonces llego a saber lo que nos esperaba, ni me confino, ni me relajo, ni me alegro, ni pido perdón por nada. Y es que de aquellos barros nos quedaron lodos que vinieron a engrosar las carencias existentes desde siempre en el Derecho de Familia. Las llamadas constantes, sin horario, la impaciencia por la falta de inmediatez, la protesta si pretendes cobrar el trabajo, como siempre hiciste, menos en el confinamiento… y, lo peor, la creencia -que ya compartió la autoridad competente el curso pasado- de que los abogados de familia no necesitamos vacaciones.
También parece habernos acompañado, con pretensión de quedarse, el gusto por lo digital y telemático. Así, en muchos de nuestros juzgados, las comparecencias y vistas continúan sin poder celebrarse presencialmente, trasladándonos a los profesionales la obligación de suplir la falta de previsión, adecuación y medios materiales de la Administración de Justicia, ese mal que ya existía antes del COVID y para el que jamás se encuentra vacuna, porque nunca se invierte lo necesario para descubrirla.
Abogados y procuradores, al pie del cañón
Hemos comprobado en carne propia aquello de que no hay como ser profesional liberal o autónomo, para ser inmune a cualquier enfermedad, por eso todos sabemos que celebrar el juicio en nuestros despachos no conlleva riesgo ni para el justiciable, ni para nosotros y, en consecuencia, en año y medio los que siempre hemos podido trabajar presencialmente hemos sido los abogados y procuradores. Mientras, muchos juzgados siguen siendo atendidos por grupos reducidos de su personal. Aun es imposible consultar un expediente sin cita previa y a través del espacio protegido de la ventanilla que, preparada en estos meses, esa sí, ha venido a completar el definitivo alejamiento de los profesionales y los interesados respecto a sus asuntos y de sus Juzgados.
Y es que, incluso, en aquellos en los que se han reanudado las vistas presenciales, podemos encontrarnos con Fiscales que asisten a ellas desde sus despachos o domicilios, mientras los demás operadores jurídicos compartimos espacio con las partes y algún adolescente que debe ser oído. Para la insuficiencia de recursos humanos atávica que motiva las ausencias de representante del Ministerio Público en tantos y tantos procedimientos, seguimos igualmente encontrar remedio.
Esperemos confiados que las ratificaciones de los informes de los equipos técnicos, allá donde los hay, no sigan esta actual costumbre, pues no imagino nada que pueda resultar más contraproducente para la ya deteriorada imagen de la Justicia que mostrarle al justiciable que los múltiples inconvenientes que ha de soportar para obtenerla y el tiempo de espera invertido, ni siquiera merece compartir el espacio judicial con quienes la garantizan y en las mismas condiciones.
Y es que no podemos ocultar que estamos recibiendo quejas de clientes que preguntan por qué ellos tienen que acudir presencialmente y otros no o viceversa. Por qué ellos han de estar tras una pantalla y otros celebran presencialmente. Por qué tras tener que esperar más de un año para celebrar su juicio y ser oídos, finalmente los fuerzan antes de empezar a llegar a un acuerdo que no desean, sin siquiera poder explicarse y sin valorar toda la prueba que han aportado.
En esta reflexión personal quiero poner de manifiesto que también la Justicia de Familia, Menores y Discapacidad en España se encuentra aquejada de una enfermedad, que interesa a quienes han de acudir a ella, es decir, al conjunto de la población, y está necesitada de una solución urgente y definitiva.
Solución que, como desde hace décadas defendemos todos los órganos y asociaciones especializados, no puede ser otra que la creación de la Jurisdicción de Familia independiente. Es decir, la vacuna está descubierta, todos sabemos la que es, pero la Administración nunca encuentra el momento para su aplicación.
No ignoramos que la inversión necesaria para llevarla a cabo será elevada, pero tampoco que los atajos con que se aparenta actualizar sólo sirven como cortafuegos, son simples mascarillas higiénicas. Y lo que necesitamos es erradicar la enfermedad. Mantengamos la esperanza de que el broche final a esta enfermedad lo constituya la creación de la Jurisdicción de Familia. Desde AEAFA seguimos luchando para conseguirlo