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[Editorial nº114] Cervantes, el divorcio... Y Luis Zarraluqui

  • 16/05/2022

Álvaro Iraizoz Reclusa | Vocal de la AEAFA

Número completo Revista nº114 para asociados


 

Recientemente en la presentación de una conferencia, Encarnación Roca sacó a colación un episodio del entremés de “El Juez de los divorcios”, comedia publicada en 1615 por Miguel de Cervantes.

Para quien no la conozca, se trata de una obra desternillante, compuesta de cuatro episodios breves de distintos matrimonios mal avenidos que solicitan al Juez su divorcio. Sí, la escribió en 1615. Pero es una obra más que moderna vista con una mirada actual puesto que todas las mujeres, con alegatos rotundos, buscan “descasarse” de sus esposos y se rebelan contra el patriarcado que las martiriza (aunque ellos, todo sea dicho, malviven igualmente martirizados, según relatan).

Así, en la obra se encuentran perlas de gran calibre, como cuando Mariana, una de las protagonistas, afirma: “En los reinos y en las repúblicas bien ordenadas, había de ser limitado el tiempo de los matrimonios, y de tres en tres años se habían de deshacer, o confirmarse de nuevo, como cosas de arrendamiento; y no que hayan de durar toda la vida, con perpetuo dolor de entrambas partes”.

Por su parte, Doña Guiomar implora el divorcio, entre otras cosas, porque su marido “no sabe cuál es su mano derecha, ni busca medios ni trazas para granjear un real con que ayude a sustentar su casa y familia”. A lo que él replica: “Quizá con no defenderme ni contradecir a esta mujer el juez se inclinará a condenarme; y, pensando que me castiga, me sacará de cautiverio”.

La tercera en discordia, la señora Aldonza de Minjacas, expone que: “Si mi marido pide por cuatro causas divorcio, yo le pido por cuatrocientas”. Y asevera: “Tiene celos del sol que me toca”. A lo que el Juez le responde: “Señora, señora, si pensáis decir aquí todas las cuatrocientas causas, yo no estoy para escuchallas, ni hay lugar para ello. Vuestro negocio se recibe a prueba; y andad con Dios, que hay otros negocios que despachar”. Esta respuesta de su SSª también sería muy actual…

Así pues, se pinta el matrimonio bastante mal. Desgraciadamente, cuatrocientos años después, no parece que corran mejores tiempos para la institución.

Estas lecturas me trajeron a la mente un post del Magistrado José Ramón Chaves, en su blog delajusticia.com. En una entrada del día 23 de abril de 2016 titulada “Un día del libro no basta para los juristas: mejor un libro al día”, el Sr. Chaves se refería a la necesidad de la formación humanística para el jurista, sosteniendo que “no todo en la vida es derecho”, que “leyendo, el derecho sabe mejor” y señalaba la diferencia manifiesta entre quien hace honor al calificativo de “letrado” (por gustarle las letras y la lectura) y quien sólo lee escritos procesales. En dicha entrada menciona diez ventajas de leer habitualmente escritos no jurídicos. Os lo recomiendo.

Maestro de abogados

Cuando ya tenía escritas estas líneas, nos ha sobrevenido la tristísima noticia del fallecimiento de Luis Zarraluqui SánchezEznarriaga, alma máter de AEAFA y Presidente de Honor de esta Asociación.

Maestro de innumerables abogados a quienes ha marcado el camino durante décadas, referencia indiscutible en el derecho de Familia, impulsor incansable de esta especialidad, siempre estuvo a la vanguardia. Así lo prueba el hecho de que antes de la aprobación de la ley del divorcio de 1981 ya publicara un libro titulado “El divorcio, defensa del matrimonio”, o que años después abogara por la supresión del requisito previo de la separación o que siempre haya exigido, fomentado y facilitado la formación y especialización de todos los operadores jurídicos, bien fuesen abogados, bien jueces, fiscales, secretarios y funcionarios de toda clase.

Siendo el derecho de Familia una extraordinaria atalaya para observar y estudiar la naturaleza humana, el “espectáculo de la Humanidad”, según él, creo que, precisamente, Luis Zarraluqui ha sido el paradigma del abogado humanista, cercano, afable, magnánimo, destacado intelectual y autor prolífico –digno de elogio serían su dominio de la oratoria, la gramática y lo literario, dotado, además, de una exquisita educación y de una fina ironía y un extraordinario y agudo sentido del humor propio de aquellas personalidades que son, precisamente, las más grandes, algo que quedaba de manifiesto de inmediato cuando uno mantenía una conversación con él o a través de cualquiera de sus entrevistas-. En una de ellas afirmaba que “el humor es lo más serio que hay. Es el mejor vehículo para enseñar, divulgar y contagiar”. Y que el que se divorciaba realmente creía en el matrimonio porque lo que de verdad quería era volverse a casar. Pura genialidad.

Todo lo puso al servicio de la Justicia, de la familia y de la persona a la que defendió siempre de forma ejemplar, mezclando a la perfección humanidad, rigor y excelencia.

Deja un gran legado y su recuerdo y obra perdurarán siempre, pero le vamos a echar mucho de menos. Gracias por todo y hasta siempre, D. Luis. No le olvidaremos.