[Editorial nº127]
Integridad y otras destrezas en el arte de la Abogacía de Familia
MANUEL JESÚS DÍAZ LORITE | Vocal de la AEAFA
Número completo Revista nº127 para asociados
“Hay clientes que cuando llegan a nuestro despacho han hecho ya su propia “tesis doctoral” del asunto que nos encomiendan, basándola en información procedente de páginas de internet”
Ser abogado/a de Familia ahora, más que nunca, es una profesión de riesgo. Realmente lo ha sido desde siempre, pero en los tiempos que corren donde de forma errónea se piensa que una información tan especializada y sensible como la relativa al Derecho de Familia se encuentra disponible a un “clic” en cualquier navegador, nos deja en una situación sumamente delicada.
Hay clientes de muchos tipos: los hay que acuden a nosotros y se ponen en nuestras manos confiando en nuestros conocimientos y en que nuestro asesoramiento será el adecuado para la resolución de su conflicto.
Esos son los mejores y, por suerte, suelen ser la mayoría. Sin embargo, resulta cada vez más frecuente encontrarnos con quienes, cuando llegan a nuestro despacho han hecho ya su propia “tesis doctoral” del asunto que nos encomiendan, basándola en información procedente de páginas de internet, de lo que le ha comentado un amigo, o un compañero de trabajo o, lo que es peor, lo que le ha explicado un familiar suyo abogado/a, aunque no lleve asuntos de familia.
En estos casos, y sin apenas explicarnos con detalle el problema o conflicto que les trae al despacho, el cliente te indica cómo hay que plantear la cuestión en el Juzgado, cuál es el procedimiento que corresponde, cuánto tienes que pedir en concepto de pensión de alimentos o de compensatoria y hasta la estrategia a seguir con el compañero contrario.
Normalmente en estas ocasiones, la información que los clientes tienen suele proceder de fuentes no profesionales, de casos que seguramente nada tengan que ver con el suyo, y por supuesto no resulta fiable, pero el cliente hace caso de todo lo que le llega menos del profesional en cuyas manos se ha puesto, se supone que confiando en su “lex artis”.
El cliente nuevo y sus conclusiones
Esta situación suele presentarse con ocasión de nuevos clientes, ya que normalmente los clientes que tenemos consolidados acuden a nosotros de forma reiterada confiando en nuestro criterio y en nuestros conocimientos. Ese cliente nuevo, que posiblemente solo nos conoce por recomendación de otro, pero no conoce nuestra forma de actuar y de enfrentarnos a los asuntos, llega con sus propias conclusiones sobre la solución del problema.
Ahí tenemos el primer hándicap: ¿Cómo le decimos al cliente que somos nosotros, profesionales del derecho y conocedores de la práctica judicial, los únicos que somos capaces de, una vez que nos ofrezcan una información completa del asunto que les trae, ofrecerle la mejor solución a su problema?
Es cierto que nos debemos a nuestros clientes, que actuamos como mandatarios suyos. El Tribunal Supremo ha venido configurando la relación profesional abogado/cliente, como aquella que “se desenvuelve en el marco de un contrato de gestión que la jurisprudencia elabora con elementos del arrendamiento de servicios y del mandato”.
Nuestra actuación debe de estar dirigida conforme a ese mandato del cliente. Pero ¿qué hacer ante un cliente que solo entiende la solución a su conflicto exclusivamente desde la confrontación? Entre otras cosas, el Código Deontológico de la Abogacía Española, nos impone a los abogados la obligación de procurar el acuerdo de las partes como un deber, lo cual nos obliga a plantearle al cliente como opción, una solución consensuada. Esto resulta complicado cuando los clientes interpretan el planteamiento de una opción de consenso como un signo de debilidad. Cuántas veces nos hemos encontrado con clientes, a los que, intentando hacerles ver lo que desde nuestro convencimiento es lo que más les conviene, dicen: “eso que me lo diga un juez”.
Imponernos con sutileza
En estos casos debe prevalecer nuestra “auctoritas” pero no resulta fácil. Nuestra labor es hacerle ver al cliente que lo que está rechazando a priori es lo que conviene, aunque no sea capaz de verlo en el momento. Tenemos que desarrollar determinadas habilidades para “imponernos” con sutileza, pero a la vez con determinación.
Sin embargo, hay veces que nuestras habilidades son insuficientes para ello, y algunos clientes se empeñan en ser ellos los que conduzcan la situación. También están lo que llegan a nuestro despacho no buscando “un profesional del Derecho que presta asesoramiento jurídico” (definición de Abogado de la R.A.E.), sino un profesional del que servirse para iniciar y mantener un enfrentamiento, y pelear y pelear sin tregua por el hecho de quedar por encima. Manejamos una materia donde las emociones están a flor de piel y donde es frecuente caer en la visceralidad y obcecarse con cuestiones que, vistas desde fuera, sabemos que nada aportan al conflicto sino más leña al fuego. En esos casos nuestro papel es crucial porque, si conseguimos poner cordura en esas situaciones, vamos a evitar que la ruptura se perpetúe en un conflicto interminable.
En una materia tan sensible como son los conflictos de familia, en la que existe una gran vulnerabilidad y en la que resulta difícil sustraer de la visceralidad al cliente, tenemos que hacer “encaje de bolillos” para hacerles ver que lo que le estás contando, la solución que propones o las alternativas que le planteas, son la solución más eficaz para su conflicto familiar. Aunque a priori pudiera parecer contradictorio, dicha solución eficaz pasa por tomar en consideración una propuesta contraria que resulta razonable y beneficia los intereses de ambas partes. Otras, pasa por obviar del relato factico (ya sea en la negociación o en los hechos de la demanda), determinados detalles o cuestiones que sabemos nada aportan a la consecución de los fines de solución del conflicto y que de seguro sabemos levantarán ampollas y enfrentarán aún más las posturas cuando las escuche o las lea el cliente contrario.
No hayna da más desolador para el abogado/a de Familia que plantear un acuerdo que sabemos resulta beneficioso para nuestro cliente y le va a evitar prolongar el enfrentamiento y los efectos negativos de la ruptura y encontrarse con una negativa férrea del cliente que incluso llega a cuestionar nuestra profesionalidad y nos pregunta de qué parte estamos.
El dilema que en esos casos se nos plantea no es fácil: por un lado, no podemos contradecir su mandato, y por otro decir que “no” a un cliente que no está de acuerdo con nuestras directrices cuesta trabajo (a ninguno nos sobran los clientes).
En esos casos conviene permanecer firmes en nuestras convicciones en todo caso, y que sea el cliente el que “vea” que no vamos a seguir el camino que pretende pautarnos. Podemos encontrarnos con que el cliente se deje convencer y acceda a lo que proponemos si confía en nosotros, o puede ocurrir que el cliente cambie de abogado, en cuyo caso, aunque a priori pueda parecer un fracaso, a veces, puede ser que sea lo mejor que nos puede pasar.
Si logramos que el cliente nos haga caso, después nos toca convencer al contrario, y llegado el caso, si se judicializa el asunto, al Ministerio Fiscal y al Juez o Jueza en la Sala.
Circo de tres pistas
Son muchos frentes abiertos y todos a la vez. Un auténtico circo de tres pistas que nos toca resolver en nuestro día a día. Los conocimientos jurídicos resultan imprescindibles, por supuesto, y la formación y el conocimiento nos darán seguridad en nuestras decisiones, pero hemos de desarrollar ese “plus” para convencer.
De forma que hagamos ver a nuestros clientes de la conveniencia de propuestas que son beneficiosas, que no serán caprichosas sino fruto del estudio, de nuestra profesionalidad y de las condiciones concretas del caso. Se trata de empatizar con los clientes, ser capaces de comunicar efectivamente con ellos la conveniencia de ese acuerdo o propuesta, superando el desafío de los posibles inconvenientes que surjan o pueda poner nuestro cliente.
En definitiva, se trata de reducir el conflicto y rebajar las tensiones. Luego nos tocará lidiar con el contrario, cuyo talante, empatía y forma de actuar, también resulta esencial a la hora de conseguir que el conflicto pueda resolverse en términos favorables para las partes, (qué importante es también encontrar en el compañero o compañera contraria esa empatía para “sumar” en el objetivo común de resolver el conflicto).
No hay nada más gratificante para un abogado/a de Familia que experimentar la sensación del trabajo bien hecho cuando eso se consigue. En algunos casos, tiempo después de haber llevado un asunto de familia, en esas casualidades que la vida concede a veces, experimentamos que nuestro trabajo sirvió para contribuir un poquito a la felicidad de las personas.