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[Editorial nº129]
AMUNT VALÈNCIA!

  • 04/12/2024

ÓSCAR MARTÍNEZ MIGUEL | Tesorero de la AEAFA


 

El pueblo ha dado una lección a sus gobernantes. El valenciano concepto de germanor (hermandad) ha transcendido más allá de nuestra tierra.

Entre los damnificados también se encuentran muchos compañeros y compañeras que han perdido su despacho - muchos de ellos en planta baja -, con sus equipos informáticos, mobiliario, expedientes, vehículo, etc.

Cuando eran las 20:11 horas del pasado 29 de octubre y sonó la alerta en los teléfonos móviles de la provincia de Valencia, una parte de la población ya estaba literalmente con el agua al cuello, y quienes entonces regresaban a su domicilio se hallaron totalmente desconcertados al encontrarse inexplicablemente con carreteras cortadas y puentes destruidos. “¿Qué está pasando? ¿Si no llueve?”, nos preguntábamos confusos. La catástrofe había llegado.

Probablemente esta editorial sea la menos jurídica de las que se hayan escrito. Permitidme que sea así. Al menos, por una vez. La cruda actualidad me impide desviar el foco sobre lo que ahora debe ser lo importante y, sobre todo, lo urgente.

Soy de L´Horta Sud, la comarca que abarca las poblaciones de la zona al sur de la ciudad de Valencia, la zona más devastada por la Dana. Los entendidos dicen que ha sido el siniestro natural más grave jamás acontecido en Europa. Lo que sí puedo decir es que la magnitud de lo ocurrido ha afectado gravemente a muchas personas. El problema no fue sólo el antes: la falta de la debida prevención a la ciudadanía. El problema ha venido también en el después. No hay más que escuchar al escritor Santiago Posteguillo en su conferencia del pasado 15 de noviembre en el Senado, cuyo video se ha viralizado y a su contenido me remito. En esa intervención, Posteguillo explica de forma detallada y con vehemente tranquilidad lo que sucedió aquéllos primeros días. Así fue. Pasaron tres días con sus angustiosas noches, y al amanecer: no había nadie. El Estado, incluida la administración autonómica, dejó solos a sus ciudadanos.

Pero pasados esos primeros días, en los siguientes los únicos que acudieron fueron los voluntarios. Jóvenes, y no tan jóvenes, llegados de toda España armados con palas, escobas y botas, se desplazaron en masa con un solo objetivo: ayudar. Qué grandeza la de un pueblo que no se queda indiferente ante el sufrimiento del prójimo. Qué grandeza que en tiempos del postureo narcisista, de la mercantilización interesada, de la búsqueda de la contraprestación en todo lo que hacemos, aún haya gente que esté dispuesta a dedicar su tiempo y esfuerzo sin pedir absolutamente nada a cambio. Sólo ayudar.

Abandonados

Lamentablemente la abogacía ya tiene experiencia de lo que es una Administración Pública ineficaz, ineficiente y tardía, como es la de Justicia. Hay muchas cosas que ya ni nos sorprenden y ante las que nos resignamos con indeseable normalidad. Un mes después de la tragedia sigue urgiendo cubrir las necesidades básicas de aquéllos que lo han perdido todo. Toca ir a lo importante. No somos conscientes de lo afortunados que somos en nuestra tranquila y habitual cotidianeidad, hasta que vemos que hay conciudadanos que en un país presuntamente del primer mundo como el nuestro, de la noche a la mañana se han quedado en la absoluta indigencia. Y un mes después de tragedia, siguen prácticamente igual. Pendientes de reconstruir su vida. Papá administración los sigue manteniendo abandonados.

En nuestra profesión siempre nos hemos caracterizado por defender a los más débiles y por poner voz a quienes no tienen voz. Es nuestra obligación contribuir a construir una sociedad más justa. No podemos permanecer impasibles ante tanta injusticia y tanto sufrimiento humano.

Entre los damnificados también se encuentran muchos compañeros y compañeras que han perdido su despacho - muchos de ellos en planta baja -, con sus equipos informáticos, mobiliario, expedientes, vehículo, etc. Si ya es complicado el ejercicio de este noble oficio, cuando suceden estos acontecimientos, la complejidad se multiplica enormemente. El Colegio de Abogados de Valencia tuvo que mendigar que nos suspendieran los plazos y que se aplazaran señalamientos. Dos semanas después, y ante otra posible e inminente Dana, se decretó la alerta roja con prohibición de desplazamientos. Ante esto, mientras centros escolares, comercios, empresas, etc., habían cerrado y así lo habían previsto con suficiente antelación, las sedes judiciales mantenían su apertura y actividad del día siguiente, con el consecuente peligro para justiciables y profesionales. No fue hasta pasadas las 23:00 horas cuando se acordó la suspensión de la actividad judicial para la mañana siguiente. Una vez más, la Administración sin la previsión ni anticipación necesaria. A remolque de los acontecimientos.

Todo evento que irrumpe de forma adversa en nuestras vidas siempre nos puede aportar alguna enseñanza. Nos invita a reflexionar.

La primera de las reflexiones es que en toda organización, pública o privada, necesitamos liderazgos fuertes, honestos, competentes y comprometidos, cuya acción siempre esté orientada al servicio a los demás. Necesitamos líderes resolutivos que no nos mientan, que ante la urgencia sean capaces de tomar y ejecutar decisiones rápidas y eficaces. Falta organización y falta liderazgo.

En segundo lugar, que muchas veces nos pasamos el tiempo con discusiones sobre cuestiones superfluas, cuando hay personas cercanas que no tienen lo más básico: una comida caliente, una cama donde dormir, un techo del que protegerse, agua corriente, etc. La trágica realidad nos ha evidenciado que hay que agradecer lo que tenemos, priorizar lo importante, y asistir urgente y generosamente a aquéllos que tienen que reconstruir su vida. No es momento de confrontación, sino de unión.

Lección a sus gobernantes

Hay esperanza. Este sería el titular de la tercera reflexión. Si la Administración abandona a sus ciudadanos cuando más lo necesitan, son sus propios ciudadanos los que de forma anónima se vuelcan en ayudar a sus semejantes. El pueblo ha dado una lección a sus gobernantes. El valenciano concepto de germanor (hermandad) ha transcendido más allá de nuestra tierra.

La última de las reflexiones hay que dedicarla a todos los valencianos que han tenido pérdidas personales o materiales. A aquéllos que psicológicamente están abatidos y desilusionados. Y en particular, no olvidarnos de los compañeros que también se han visto afectados. Fuerte el abrazo para todos ellos. Nuestro himno regional, de gran belleza sinfónica, nos dice en sus últimos compases: “Valencians, en peu alcem-se” (valencianos, pongámonos en pie). Aunque la Administración no esté a la altura, aunque costará tiempo y esfuerzo reconstruir muchas vidas, aunque la pantalla se haya fundido a negro de la noche a la mañana, no hay que perder el ánimo y la esperanza. No nos abandonemos recíprocamente, y hagamos que los buenos valores surgidos en los momentos de extrema dificultad tengan vocación de perdurabilidad en el tiempo. Amunt València!